Las estrellas nacen dentro de las nubes de polvo y se esparcen por la mayoría de las galaxias. Un ejemplo familiar de una nube de polvo es la Nebulosa de Orión.
Las turbulencias en las profundidades de estas nubes dan lugar a nudos con suficiente masa que el gas y el polvo pueden comenzar a colapsar bajo su propia atracción gravitacional. A medida que la nube colapsa, el material del centro comienza a calentarse. Conocida como protoestrella, es este núcleo caliente en el corazón de la nube que colapsa el que algún día se convertirá en una estrella. Los modelos informáticos tridimensionales de formación estelar predicen que las nubes giratorias de gas y polvo que colapsan pueden romperse en dos o tres burbujas; esto explicaría por qué la mayoría de las estrellas de la Vía Láctea están emparejadas o en grupos de múltiples estrellas.
En algunos casos, es posible que la nube no colapse a un ritmo constante. En enero de 2004, el astrónomo, James McNeil, descubrió una pequeña nebulosa que apareció inesperadamente cerca de la nebulosa Messier 78, en la constelación de Orión. Cuando los observadores de todo el mundo apuntaron sus instrumentos a la nebulosa de McNeil, encontraron algo interesante: Su brillo parecía variar. Las observaciones con el Observatorio de rayos X Chandra de la NASA proporcionaron una explicación probable: la interacción entre el campo magnético de la estrella joven y el gas circundante provoca aumentos episódicos de brillo.
Fuente: NASA.gov
Recuerda que puedes enviarme las preguntas por correo o por redes sociales.